miércoles, 21 de noviembre de 2012

De miedos y choques dulces.

El otoño en la hojarasca roja y amarilla suiza. Ginebra se abre ante mí maravillosamente, con una serenidad que conmueve. Dejada atrás Rue Voltaire, doblo en Boulevard James-Fazy y veo un rinconcito verde salpicado de otoño que me llama la atención; allí me dirijo y el sol me besa las mejillas. Los nenes corretean en la placita de juegos y gritan cosas incomprensibles para mis oídos forasteros. 
Un árbol con hojas que son lágrimas amarillas, bellísimos pétalos en decadencia que me fascinan. Camino hacia el río y ahí me quedo, apoyada en la baranda, "prohibido tirarse" indica un cartel. Una pareja anciana pasa a mi lado, metiéndose para siempre en la foto que estoy sacando justo en ese instante. Así serán siempre para mí, nunca morirán en mi recuerdo. Vaya uno a saber cuántos años llevan juntos, cuántos paseos por la tarde de la mano, cuántas miradas cómplices. ¿Dónde se habrán conocido? Tal vez fue amor a primera vista, quizás si aún sus labios se buscan en la oscuridad de la habitación antes de las buenas noches.
fall Ginebra autumn otoño autunno
...and ne forhtedon na.

Sigo los pasos de la pareja inconcientemente y termino bajo el puente en una postal de Ginebra que me suena mucho a París y su Sena. Subo las escaleras que me devuelven un panorama de la ciudad más amplio y cruzo pensando en los miedos, mis miedos. Esos miedos que paralizan. ¿Qué hacer cuando las manos te sudan y la mente se nubla, tantos son los futuros posibles que se despliegan como un mazo de cartas frente a vos? En realidad, claramente no estás pensando, el miedo no te deja pensar. Sabés muy bien que esos futuros no existen, no son parte de ninguna realidad. Vos sos ahora, en este momento en este lugar. Lo sabés, claramente lo sabés. 
¿Tenerle miedo a qué? A los cambios drásticos, alguien me sopló el otro día. Esas alteraciones radicales de la vida que llegan como una revolución, de la piel y del alma tal vez. Llegan así de prepo, sin pedir permiso, sin avisar, sin explicar el porqué del choque. Continúo mi paseo por Ginebra y pienso en la posibilidad de que dicha revolución no sea improvisada, de que en realidad los cambios no suelen ser drásticos, se van gestando. De a poco, dentro de uno, naturalmente. Todo lo que hiciste, lo que dijiste, lo que no hiciste, las sábanas arrugadas en los pies de una cama, las adioses de aeropuertos, los sollozos dormidos en una almohada, los ojos tímidos, los besos robados. Todo te fue llevando al lugar en el que estás, porque es donde querés estar. Tal vez dormías y no te diste cuenta, pero no tengas miedo che, abrí los ojos y fijate que el choque es dulce, naturalmente dulce. 

Escondido entre los edificios de la ciudad, el Cimètiere de Plainpalais descansa plácido y amarillo. El sol alumbra las hojas rojas y ammarronadas esparcidas por el suelo. Las tumbas, distanciadas respetuosamente, me indican nombres que me dicen muy poco. Busco a Borges, eso sí. Lo busco entre los caminitos teñidos de otoño y los bancos en donde la gente lee o piensa. Ahí, justo llegando al final del sendero, doblando a la izquierda, yacen los restos del poeta argentino, del papá de El Aleph, de tanto genio, de tanta erudición, de tanta sensibilidad. 
Miro su tumba y es todo un misterio: la inscripción Jorge Luis Borges tiene un estilo nórdico que quisiera quitarle solemnidad al asunto de la muerte; los siete guerreros listos para enfrentar a la muerte; y esa frase en inglés antiguo: 
...and ne forhtedon na
Vuelvo a casa y llena de curiosidad busco en internet el significado de aquellas palabras sobre la tumba de Borges. Y nada temerán, me golpea con toda su fuerza, como queriendo decir: "despertate". Y eso intento hacer, me lo propongo, pienso en el miedo y lo voy aceptando porque como alguien me dijo hace poco, sin el miedo no existiría el coraje.

...and ne forhtedon na. Siempre en mente a lo largo del camino.

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