domingo, 14 de junio de 2009

Lenguas vivas, Antonio Muñoz Molina

Cada idioma es un mundo. Cada idioma es el mundo, el universo entero, con su geología y su botánica, con su catálogo completo de los cuerpos celestes, de las pasiones humanas, de los nombres de los animales, de lo que está tan cerca que casi bastaría con indicarlas con un gesto y también lo más lejano y lo que no existe. Que la tarea de Adán no terminó en el Edén y que las cosas están siendo nombradas de nuevo a cada instante lo descubre quien ve a un niño que apenas empieza a hablar, señala con el índice los objetos más cotidianos y pide saber cómo se llaman, y al repetir con torpeza y con fruición esa palabra, como si paladeara un sabor nuevo, está aventurándose un paso más en su aprendizaje del mundo, que no terminará con la infancia, y ni siquiera con la vida, y que empieza cada vez que uno intenta aventurarse en otra lengua.